Decir la “última palabra” no significa automáticamente tener la razón. Porque a veces no se ofrece una posibilidad de réplica, o porque se persigue a los que piensan de otra forma, o porque los sofismas eran tan buenos que engañaron a los “adversarios”.
Por eso, la frase “quien calla, otorga”, no es siempre verdad. A veces, la gente calla por miedo, o porque no tiene tiempo para seguir hablando, o porque tiene razón pero no sabe cómo expresarla.
En el mundo de la información, la última palabra no coincide con la verdad. Tampoco hay que considerar como correcto lo repetido diez, cien, mil veces en agencias de noticias, blogs, prensa tradicional, prensa digital, radio, televisión...
Vivimos en un mundo lleno de palabras, muchas de las cuales vacías, engañosas, falsas. Otras son verdaderas, aunque no siempre estén en los mejores medios de información, aunque no sean asequibles para muchos, aunque queden sepultadas bajo toneladas de insultos y de desprestigio desde los ataques de grupos de poder enemigos del sano pluralismo y amigos de la imposición mediática.
No siempre quien calla otorga. Hay silencios que dicen más que mil palabras. Hay miradas que denuncian el avance de la mentira sistemática. Hay héroes que sufren la denigración pública pero que guardan un tesoro maravilloso de honradez, de verdad, de justicia.
Ese tesoro brillará un día, tal vez tras las fronteras de la muerte. Entonces se verá qué palabras fueron engañosas y asesinas, y qué corazones vivieron en la luz de verdad. Será el momento en el que quien callaba hablará, y su frágil voz, unida a la voz potente del Dios de la justicia y de la misericordia, será un canto eterno de alabanza y de alegría.