MADRID, jueves 12 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos esta nueva aportación de la columna sobre jóvenes y nuevas religiosidades, dirigida por Luis Santamaría del Río, sacerdote experto en nuevas religiosidades y miembro fundador de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES).
El gran movimiento que se cobija hoy bajo la Nueva Era está formado por el Human Potential Movement y la Psicología Transpersonal, que puede conducir a experiencias que podrían llevar el estigma de lo irreal, absurdo, fantástico o simplemente fraudulento. Este mundo de lo oculto y lo sobrenatural barato se está convirtiendo en el último grito de la religiosidad actual. Como horizonte volvemos a encontrar una insospechada confianza en la condición humana, en el potencial de la mente y en las enormes posibilidades de autorrealización que invitan a la persona a trascender su yo individual y a encontrar dimensiones místicas en el subconsciente. La Nueva Era propone teorías y doctrinas sobre Dios, sobre el ser humano y sobre el mundo, incompatibles con la fe cristiana. Además, la Nueva Era es síntoma de una cultura en profunda crisis y, a la vez, una respuesta equivocada a esta situación. Sin textos sagrados y sin líder, la New Age resulta como un mar sin fondo, en el que todo el mundo navega a su aire, combinando el espiritismo con la astrología, las técnicas alternativas de meditación y de terapia con un optimismo sobre el universo, ya que la materia es una gran vibración energética espiritual que transforma todo el mundo, todo lo conecta inconscientemente y todo lo dirige hacia un fin más alto y sublime. Se podría decir que la New Age, aun recogiendo ideas de otros movimientos viejos y nuevos, es sobre todo un “clima”, una actitud que manifiesta el esfuerzo, el intento de solución por parte de la mentalidad postmoderna de los problemas religiosos y, al mismo tiempo, ecológicos, personales, privados y cósmicos.
La New Age acusa al cristianismo de una carencia de experiencia vivida, de desconfianza respecto a la mística, de incesantes exhortaciones morales y de exagerada insistencia en la ortodoxia de la doctrina. Enseña, además, que el punto de apoyo de la verdadera religiosidad es más la experiencia y el sentimiento que la razón y la autoridad, y ofrece, por último, técnicas, caminos y modos del acercamiento a la divinidad. Es por esto que urge dar una formación de solidez en las familias y en los centros educativos en general, para que los jóvenes tengan capacidad de discernimiento y puedan resistir a tantos y tan variados envites que suelen presentarse muy seductores. Y, a la vez, dotar en nuestras comunidades a los jóvenes de auténtica experiencia religiosa para que puedan llegar a ser testigos del Evangelio.