![]() |
Mons. Gabriel Amílcar Galetti |
Sus restos fueron velados ayer en la basílica de San Ponciano y el velatorio seguirá hoy, martes 15, de 7 a 12. Luego se celebrará una misa de cuerpo presente, que será presidida por el arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer.
Los restos de monseñor Galetti serán sepultados en el Panteón del Clero del Cementerio de La Plata.
Monseñor Galetti tuvo una trayectoria sacerdotal muy amplia y fecunda en la arquidiócesis de La Plata. Estudió en el Seminario Mayor San José y fue ordenado sacerdote el 18 de noviembre de 1945 en la abadía benedictina Santa Escolástica, de Victoria, por monseñor Nicolás Esandi, obispo de Viedma.
En La Plata se incorporó al plantel de profesores del seminario menor Nuestra Señora de Luján, cuyo rector era el canónigo Antonio José Plaza, a quien sucedió en el cargo cuando éste fue designado obispo auxiliar de Azul.
Cuando monseñor Plaza fue promovido a arzobispo de La Plata, lo designa primer rector y fundador del seminario Sagrado Corazón de Jesús, en Gándara, para recibir vocaciones adultas. En el primer curso -1959- entre otros alumnos, estaba el actual arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo.
Nombrado rector del seminario mayor San José, regresó a La Plata en 1964 y ya no dejó esa Casa hasta 1997, año en que se trasladó a la basílica de San Ponciano.
Monseñor Galetti fue director espiritual de muchas generaciones de sacerdotes del país, predicador constante en las primeras misas, confesor de muchísimos laicos y religiosas, y profesor incansable de Teología Espiritual y de Moral.
Desde el Seminario Mayor fue llamado a la curia arquidiocesana en donde ocupó los cargos: fue Canciller en 1953, Provisor, Juez, presidente del Tribunal Eclesiástico, Vicario General, Gobernador Eclesiástico durante las etapas del Concilio Vaticano II. También fue llamado a integrar en 1953 el Cabildo de Canónigos, del cual fue su deán desde 1983 hasta su jubilación.
Vivió sus últimos tiempos en el ámbito que siempre lo distinguió: la dirección espiritual y el confesionario, al que concurría tres veces a la semana, puntualmente a la hora prevista, pero del que se retiraba sólo cuando el último penitente dejaba el lugar con la gracia de Dios en su alma y el consuelo en su corazón.