viernes, 23 de septiembre de 2011
Revista "El Mensajero"...
Editorial 856
"Señor, enséñanos a orar", le pedían los discípulos a Jesús. El Espíritu Santo nos guía en el camino de la oración cristiana, viene en ayuda de nuestra debilidad, ya que no sabemos orar como es conveniente. El camino de la oración requiere un continuo aprendizaje, en esto, como en otras tantas experiencias de la vida cristiana somos alumnos necesitados del Maestro interior. Precisamente confesando nuestra incapacidad de orar es cuando avanzamos en el camino de la oración. En este número de la Revista proponemos algunas ayudas para la oración, siguiendo el itinerario de las intenciones del Santo Padre para estos dos meses.
La oración: alma de la misión. Sin oración el apostolado se vuelve algo vacío, sin mística. Es como una campana que suena o un platillo que retiñe. La oración nos hace avanzar en el camino del amor, y el amor cristiano es opción por el prójimo, sea cual sea su condición. Es por ello que la oración es el elemento esencial de la misión. El envío misionero que realiza el Señor a la Iglesia está acompañado de la experiencia de Pentecostés, allí los discípulos unidos en oración junto a María, reciben el Espíritu Santo y con su fuerza "salen" al mundo, llevando la Buena Noticia. La experiencia de la misión es, principalmente, una experiencia del Espíritu, que precede toda diagramación pastoral. Para que haya una Iglesia misionera, tiene que haber una Iglesia orante, abierta de corazón a la escucha de la Palabra y de los Pastores que la guían.
Es de esta experiencia que surge el Apostolado de la Oración. Como su nombre lo indica la oración es ya un apostolado, precede, acompaña y guía la misión. La oración apostólica está inserta en las urdimbres de nuestra vida cotidiana, tratando de percibir el paso de Dios en la acción que realizamos. Al ofrecer nuestro día a la Santísima Trinidad, dejamos que sea Dios quien tome nuestras riendas y quien nos encamine en la brecha donde sembramos las semillas del Reino. La oración diaria nos ilumina y nos ayuda a convertir toda nuestra vida en un apostolado.
Y más allá de las ideas, la oración es toma de conciencia de la realidad que vivimos. Los orantes no son personas aisladas del mundo (aunque vivan en un monasterio), sino seres encarnados en las realidades más profundas (y muchas veces dolorosas) de la existencia humana. La persona orante irradia paz y serenidad en el ambiente, en su rostro se refleja, como en un espejo, la bondad y la suavidad del Espíritu Santo, y muchas de ellas son personas sufridas, probadas, expuestas.
Los misioneros que rezan evitan el activismo, es decir, una misión que se ha convertido en una acción sin alma. Cuántos misioneros al poco tiempo de empezar una tarea se agotan y desisten. Cuantos jóvenes que programan una misión, al volver de ella pareciera que todo sigue igual, más aún, sufren la decepción al verse metidos en un mundo que no pueden cambiar. ¿Qué pasa aquí?
Se ha perdido la dimensión sobrenatural de la gracia. Cambiar el mundo también lo proponen muchas ONG, y de hecho algo hacen. La Iglesia propone la salvación del mundo, más precisamente de las personas que vivimos en este planeta. Y para ello cuenta con el auxilio de la gracia sobrenatural que se hace carne en los corazones orantes e impulsa a una misión apostólica, que sin el auxilio de esa gracia, sería una misión imposible.
Oremos entonces y salgamos a misionar, misionemos y volvamos al santuario de la oración cotidiana, ofreciendo nuestras vidas, agrandando nuestros horizontes, acompañando a tantos hermanos necesitados de ayuda y oración. Que María, Reina de los Apóstoles, nos ayude a ser personas de oración.
Ernesto Giobando sj