“Jesús no se presenta como uno de aquellos fariseos que, en su obsesión por observar la Ley, inventaban interpretaciones caprichosas” sino que “se manifiesta como el Maestro ‘humilde y paciente’, del cual aprender”, y “su Evangelio nada tiene que ver con una vivencia literal de la Escritura, que los Apóstoles, después de Pentecostés, criticaron como ‘un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos soportar’”, dijo en su reflexión del fin de semana el arzobispo emérito de Resistencia, monseñor Carmelo Giaquinta. Sin embargo, aunque Jesús no propone “una moral rigorista”, aclaró que “tampoco propone una laxista”. Y explicó: “Él nos propone una moral de plenitud, capaz de configurarnos con él que, con su vida, muerte y resurrección, es el perfecto cumplidor. A él le importa que su discípulo también cumpla y realice en plenitud la Palabra de Dios. Y, por tanto, en forma muy superior a como lo hacían los escribas y fariseos”.
Además subrayó que Jesús nos orienta hacia una meta: “Ustedes sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el cielo”, por lo que “si olvidásemos esto, no entenderíamos nada del Evangelio de Jesús”.
A continuación señaló que Jesús toma “los mandamientos promulgados por Moisés, relacionados con el prójimo, y los reinterpreta en sentido más profundo”. Y se refirió especialmente al último de los mandamientos que Jesús reinterpreta, que es “el octavo, referido al juramento”. Consideró que “el párrafo merecería una seria reflexión sobre el valor que los cristianos damos hoy a la palabra empeñada, al sí matrimonial, a los votos religiosos, a las promesas sacerdotales”. Porque “según Jesús el hablar del discípulo es sagrado” y “si el cristiano rompiese habitualmente su palabra, el ‘Amén’, al final de su oración o al recibir la Comunión, sonaría a mentira”.
Por último, afirmó que “todas las rupturas de la palabra de un cristiano son dolorosas”. Pero advirtió que “existe hoy una forma de degradación de la palabra a la que hay que prestar atención, pues es demoníaca: delatar al hermano en la fe mediante el uso de anónimos por Internet. Es digno de condenación el que emite el anónimo, pero también el que lo acepta. La reforma de la Iglesia sólo puede venir por la corrección fraterna, como nos lo enseña Jesús, y no por iniciativas espurias contrarias a la fe”.+
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